Madame Ibon y su homoerótico relato, "ménage à trois "


El encuentro con Madame Ibon después de una interminable pandemia, había hecho realmente estragos en mi vida social, no solamente el sanatorio. Ese día mientras el aroma a café entraba por mi ventana, decidí bajar a reconocer nuevamente las calles del puerto. En el café, escondida tras las mallas de su sombrero, estaba Ibon vieja amiga,ya no era tan joven ni tan suculenta como tiempo ha, su cabellera lucía teñida de negro escondiendo sus canas. Por supuesto, conservaba muchos de sus encantos, y otros…, otros habían madurado, aunque los tiempos en los que la juventud lozana le mantenía las curvas prietas, el cutis centelleante y un rojo encendido en la melena iban quedando atrás.
Al saludarla, sólo guiño uno de sus ojos, y sin preguntar nada, cariñosamente me saludó:
- Gustab, mi querido Gustab, ¿qué es de tu vida maldito escritor? 
Coversamos largamente como en aquellos tiempos, donde los días se nos volvían noche. Le dije que estaba tratando de volver a centrarme en mi royal, la vieja maquina de escribir que se mantenía cubierta de polvo y con sus hojas enquistadas ras los rodillos, pero que mi larga estadía en el sanatorio, había secado mi creatividad.
Pestañeó, volvió la testa y retiró la mirada de la ventana para centrarla en el francés  Loutrec, el circunspecto y abandonado por la vida después de haber sido un acaudalado comerciante del puerto.
 Ahí estaba él, sentado en un viejo escaño corroído por el tiempo y la humedad, cabeza agacha y con una malcriada sonrisa entre sus labios.
Después de un espacio que llenó el tiempo de vacío en que estaba , me dijo:
-Quieres escribir?, quieres carne para tu molino?, si me invitas a un agua ardiente te voy a contar, del porque este caballero,  se convirtió en mi amante, y cual es nuestra historia.- La copa , no se hizo esperar y sus labios se abrieron para contarme esto, que les quiero contar ahora...

"–Si insistes… –musitó, deshaciendo el gran lazo que le amarraba el batín de seda a la altura de las caderas. La prenda se separó, primero revelando la bondad hinchada de los senos de areolas difusas y pezones aguzados, dejándo caer desde los hombros sus telas hasta las caderas, que al caer, dibujaron los torneados muslos y, entre estos, el pubis lampiño y suave, sin un solo vello que lo salpicara.
Loutrec, sentado en un gran sofá con su copa de vino, adelantó un tanto en el asiento, para ver de más de cerca la pasión que en el despertaba, nunca imagino tenerla justo ahí, desnuda . A decir verdad, su interés por las mujeres en cuanto a lo concerniente a la sexualidad, siempre significaba un gran reto, que debería grabar en detalle, para luego lanzarse al vacío.  Pero nada comparado con lo que le provocaban las carnes blancas de una mujer atrevida. Todo y así, madame poseía algo que lo encandilaba, lo maravillaba, incluso con los remanentes de algún embarazo todavía visibles.

–un pubis lozano y desnudo –exclamó, riendo escandaloso. 
Alguna vez se habían encontrado como amantes. Incrédulo, pestañeó y le examinó, recordando la ocasión en la que se había adornado los extintos rizos con finos hilos de raso, que anudó con lazos. –¡Lo han esquilado como si de una oveja se tratase! –añadió, divertido. 
–Pero,  te aseguro que sigue balando –alegó ella, estirando una sonrisa en la boca. No se cerró la bata y, con los pies metidos en las zapatillas de noche coronadas por una cinta de seda, avanzó hasta tomar asiento a su lado. Sombras de sueño colgaban de las pestañas, cerrándole los ojos, y los rizos trataban de escabullirse de la trenza para bailar en su espalda. Nadie negaría que la matutina e inesperada visita de loutrec la había sacado de la cama.
El olor de Ibon, su calor, el estrecho abrazo de sus muslos y el abismo de su boca… Toda ella le había suscitado una terrible remembranza, que se solidificaba en su sexo, que sentía palpitar, conforme pujaba contra la molesta tela del pantalón. Bajo el ala del sombrero, la observó. Ibon reservaba de manera perpetua, un beso sobre el lado izquierdo de la boca, y el pequeño lunar era el reclamo para que Loutrec lo obtuviera.
Ibon se amparó bajo el sombrero de él, respirando su mismo aliento, y condujo la mano que le tenía tomada hasta uno de sus generosos senos.
Loutrec, con delicadeza, pero no por ello con menos anhelo, aferró el colmado y suave seno. Consciente de que, si apretaba en demasía, del sensible pezón brotarían perladas gotas lácteas. Acarició la piel de durazno, mucho más cálida en la circunferencia del seno que en el nacimiento. Fugaz, le cruzó por la mente la idea de volcar el vino de la copa sobre el femenino pecho y beberlo en el afilado pezón.
-No, -se dijo, posponiendo la idea  que iba a besarle; iba a hacerlo cuando, alertado por el distante ruido de unos pasos que se aproximaban al compás de las ondas que bailaban en su copa, refrenó el beso. Se echó hacia atrás, interponiendo espacio entre los dos, y carraspeó agitando la cabeza.
Ibon apenas paladeó el aliento que los distanciaba, apretó los párpados y suspiró, pasándose las yemas de su mano por el arco de Cupido. Un agudo pinchazo le mordisqueó el pecho al verse abandonado por la masculina mano.
Loutrec disimuló una sonrisa; a pesar de su excitación, controlaba muy bien el ánimo, enmascarando con maestría lo que pudiera perjudicarlo y fingiendo lo que sería susceptible de beneficiarle. No obstante, ella lo leía con habilidad, casi con la misma voracidad que a las letras.

De pronto el pomo cedió y chirrió, forzando la puerta de calle a abrirse… mientras Ibon se contorneaba entre los descansos de brazo del sofa
Ruben, su pareja, sorprendido por lo que veían  sus ojos, queriendo ordenar todo lo que debía decirle balbuceó...
–¿Conspirando? –preguntó, cerrando la puerta detrás de sí y mirando fijamente a su amigo Loutrec.
Reminiscencias de seis piernas entrelazadas, camas pequeñas y espejos reflejando cuerpos contorsionándose, le titilaron al despertar su subconsciente.
–¿Antes de almorzar? –objetó Ibon con otra pregunta. –Mi amor, ¿por quiénes nos has tomado? –chistó en un balanceo de cabeza. Años de experiencia, dirían algunos, olfato entrenado, atribuirían otros, lo cierto era, que ella advirtió la atracción que sintieron los hombres desde el primer instante, uno representando a la polilla y el otro…, el otro siendo llama. Un fogonazo de deseo le chisporroteó y le provocó un relente de flujo que viajó del centro de su sexo a los carnosos labios de la palpitante vulva.
–Un par de seres traidores, que abusan de las plumas, lazos y buenas telas estampadas –se adelantó 
Despeinado, con la casaca descolocada y la corbata arrugada, desentonaba en cuanto al aspecto que se esperaba de alguien de su posición y, a la vez, irradiaba un halo de magnificencia animal equiparable al de un semental . Gracias a que Loutrec utilizaba medias de seda justo por debajo del pantalón y bien sujetas por un par de hebillas decoradas, no se le resbalaron.
–Lo corroboro y, además, declaro abiertamente que, puestos a ser, también sois el par de seres más pérfidos que tengo la suerte o desgracia de conocer –asintió Rubén, alternando la renegrida mirada entre uno y el otro. Las preocupaciones se le descolgaron a los tacones de los zapatos y las pisó al emprender la marcha—. Y lo que es más verídico aún es… –Con el alto a las palabras llegó, asimismo, el de los pasos. Acometió contra el sombrero de loutrec, lo separó de su cabeza a golpe de mano, y lo asió por la nuca, marcándosela con los dedos… –Que la falta de alguno de los dos me llena de un insondable vacío –confesó, enronquecido.
Fue a protestar; Loutrec fue a reprenderlo por la injustificada acción perpetrada contra su estiloso sombrero, mas cualquier reproche se ahogó en la  opacidad de los iris de Ruben. Un estirón desde su cuello lo arrastró a la boca de este y encalló en sus labios, con los retorcidos bigotes de Rubén. Prendido por las palabras de él, que a bien le sabrían incluso suponiendo que sus huesos acabaran pudriéndose, gimió aprisionado en su beso.

Ibon despachó la reseca copa de vino y la sustituyó por un confite de naranja. Se acomodó en el mueble y lamió el azúcar, que no le picaría los dientes con tanto tesón como el almibarado flujo que rezumaba de su vagina. Contemplando a la pareja de hombres besándose, alejó una pierna de la otra, apoyó las plantas encima de la mesa de centro y coló la mano libre al abrigo de sus muslos. Sus dedos finos y largos, avezados en tocar el clavecín, desfloraron los melosos pliegues mostrando el angosto acceso a su sexo.
Las durezas de ambos se buscaron a la caza del placer, maldiciendo las ropas que se lo vedaban. Aquellos sonidos voraces que corrompían sus bocas al acoplarse, casaron con el carnal de los dedos de madame acometiendo en lo profundo de la vagina y de sus dientes al morder el confite. En el tic-tac del reloj pendido de la pared, se marcaron la caída de las casacas, el desasir de corbata y pañuelo y  la camisa de hilo al abandonar el torso de Loutrec.
Ella suspiró tras masticar la naranja, cuya fragancia le aromatizó el aliento. De sus pezones manaron nacaradas lágrimas lechosas y le escurrieron abajo, mancillando la sedosa bata. Sepultó dos dedos en su corcoveante interior y los giró, gozando del palpitar del sexo. Exenta de gentileza para consigo misma, Ibon los impelió de dentro hacia afuera, espoleada por la excitación.
Destellos de dientes y choques de mentones cesaron. La hambruna amainó, así como la granizada que precedía a la tormenta. Rubén y Loutrec, con los labios mojados de la saliva que habían compartido, viraron las cabezas para enfrentar a la mujer que yacía en el sofá, y le tendieron las manos.
–¿Acaso podría rechazar tal invitación? –gimió Ibon. Extrajo índice y anular de sus entretelas y los guareció en el interior de su boca. Sorbió los jugos que le escarchaban los dedos y, en un chasqueo de lengua, arrastró los pies por el tapizado hasta posarlos en el suelo. Se enderezó y empujó los hombros hacia atrás para permitirle a la bata que se deslizara por su piel y la desnudara. –Me temo que no –añadió, caminando al encuentro de ellos, pobre de atavíos y acaudalada en deseo.
Loutrec y Rubén contaron los lunares creadores de constelaciones espolvoreados en la piel y sostuvieron en sus manos .
 Sin establecer un orden , alternaron los labios besándose los unos a los otros.
Una idea en común floreció en las mentes de Ibon y Loutrec. En consecuencia y al unísono, flexionaron las rodillas y se postraron ante Rubén. Dedos avispados lo desnudaron de la cintura para abajo y le acariciaron los muslos, regodeándose en los ensortijados vellos que los enredaban, concentrándose en el pubis. A horcajadas de los henchidos testículos montaba la dureza erecta de la verga gruesa, revenada y llorosa en la estrechez que rodeaba el glande.
Loutrec, sintiendo cómo la tersura del sexo seguía la consistencia de su erección,  acercaba sus labios al botón rosa de Rubén, al mismo tiempo que Ibon, llevaba a cabo lo propio por el otro extremo, hasta congregarse las lenguas en lo sensible del capullo. La coyuntura en la que se hallaba comenzaba a resultarle dolorosa y, por ello, aprehendió en las palmas un puñado de sendas cabelleras, mechones de Loutrec  en una y rubios en la otra.
Loutrec y Madame, juguetearon lamiendo y obsequiando a Ruben con pequeños y húmedos besos. El líquido pre seminal se unió a los puentes de saliva que colgaron de la dura verga, a los labios de ambos, que ahora se besaban. Y de los puntiagudos pezones de ella, llovieron cristalinos lácteos. Durante unos segundos más, se repartieron el sabor rudo de Rubén y reemprendieron el trabajo valiéndose también de las manos. Masturbando la punzante erección.
–De mí…, de mí no vais a dejar ni gota –balbuceó Ruben, conteniendo los jugos de su alma, que gritaba en la sustancia de cada uno de los huesos. El sudor le empapaba el cuello de la camisa y le marcaba el trazo de los férreos pectorales. Sobrepasado de placer, los contempló reverenciándole la carne tensa, embebida de baba y deseo.
–Querido, conozco un cáliz que en estos momentos apreciaras más que nuestras bocas –musitó Ibon.

Introdujo la zurda en la profundidad del pantalón de Loutrec y no tardó en encontrar su rigidez. Hábilmente, le abrió la ropa y lo guió al alfombrado suelo, donde este se tendió. Lo apretó con las piernas por la cintura y se arrastró con las manos por sus fibrosos hombros, notando cómo la erección de éste pretendía hacer diana con su ombligo. –Tómalo con fuerza y derrámate en su interior… –jadeó, mirando a Ruben  por encima del hombro de Loutrec. Como si ella no supiera que lo dicho era lo que este más deseaba, y ella, también.
Loutrec, por su parte, gimió estremecido. La pelvis, en un reflejo, le empujó hacia delante buscando la angosta entrada del femenino calor, uno que lo acogió lisonjero, comprimiéndolo. Barboteó incoherente, alargando los brazos y liando las manos en las de Ibon, sobre los mechones encendidos, que se derramaban escabullidos de la malparada trenza. Quizás debería implorar porque Ruben secundara la incitación de ella.
Debería, sí, debería verbalizarlo, mas en su boca, la muy traidora, tan solo gemía y jadeaba, no vocalizaba.
Ruben podría contener los bajos instintos, refugiarse en el carcomido caparazón en el que un día habitó y callar a sus sentimientos para que quedaran silentes; a fin de cuentas, él era experto a la hora de entonar un adiós. 
Si bien, ¿por qué hacerlo? Su condenado amor se dividía de manera equitativa entre Ibon y Loutrec, y su cuerpo vibraba embrutecido por ambos. Reflejado en la mirada de su mujer, asintió, se reclinó y distanció una nalga de la otra, exponiendo el pedacito de cielo entre los pomposos mofletes de él. Escupió el musculado agujero y se zambulló en él mientras Loutrec bombeaba la erección en el ardiente sexo de Ibon.
–Hazlo, tómalo hasta llenarlo de ti y, de ese modo, él me colmará a mí – Gimoteo ella en falsete una vez que la verga de Loutrec le vació las entrañas, extrayéndole, de paso, el oxígeno de los pulmones. En un revuelo de pestañas, Ibon gimió, enroscando los brazos en torno al cuello de Loutrec.
–Shhh –Ruben reemplazando la verga por un dedo para acceder al ceñido ano de Loutrec, a causa de su falta, estaba estrecho, cerrado y sensible. Presto a no malgastar el tiempo y, por ende, consumirse en la necesidad de un gozoso culo, atrapó uno de los pastelitos rellenos, desechó la pasta, vertió la crema en su erección y se enterró trasero adentro, arremetiendo contra Loutrec, quién lloriqueó  ante la revenada invasión. Un arcoíris lumínico más potente que el de las vidrieras de palacio le empaño la vista, desbocado gracias al placer: Primitivo, prolongó los embates dentro de la vagina de Ibon, al tiempo que Ruben laceraba el culo de Loutrec. 
Tres cuerpos danzando, balanceándose, traqueteando como las anchas ruedas de un carruaje sobre el pavimento… Ibon, ancló una mano en el antebrazo de  Ruben, aferrándose con los dedos, entretanto se apuntalaba contra Loutrec. Ahí, ahí estaba el orgasmo, rabioso, bendito e inclemente. Lo voceó, desliéndose a la sombra de los muslos y aferrada a aquel par de hombres que destilaban sudor sobre ella..."

Su mirada se volvió a extraviar tras el cuento de el "ménage à trois " , balbuceo de amores perdidos, y nunca más volvió a mirarme. La botella estaba vacía, igual que la mirada opaca de sus ojos. Ibon vive de recuerdos, goza sus extravíos dejándonos sin saber si todas sus aventuras, son o no, parte de su verdad.

Gustab, socializando con el pasado.

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