La mujer de la ventana..

Que podía esperar, llevaba horas caminando sobre los desordenados adoquines, las puntas desencajadas se clavaban en las suelas de mis zapatos, eran las cuatro de la mañana. El bar del inglés había cerrado de una vez. La lluvia no permitía que el puerto se movilizara. Las calles vacías me hacían ver en la soledad que me encontraba. El aire marino calaba los huesos y el frío no lo podía detener el inmenso abrigo que me cubría. Era tan largo , que el chapoteo en el agua mojaba el corte donde no se podía colocar una basta. Las rodillas molestaban más que nunca, miles de alfileres se clavaban entre los gastados huesos.
Los faroles iluminaban de una manera tenue, perecía que el petróleo que los alimentaba, no dibujaba la energía que los hacía funcionar. Las puertas cerradas de los locales. Las botillerías que se mantenían abiertas, parecían invitar a que el viento entrara como Pedro por su casa. Los viejos botilleros cubrían sus espaldas con improvisados y gastados mantos de lanas Tomé. Roídos por los años , dibujaban agujeros creados por la acción de las polillas, y el pequeño baso de agua ardiente mantenían el calor de los viejos.
Al cruzar por entre los murallones de la vieja casa, aprisionaban el paso de los solitarios caminantes que iban cantando viejas melodías porteñas. Algún tango tal vez, o un magullado jazz, que al traducirlo no nos decía nada. Al mirar las corroídas ventanas de madera, la ausencia me aplastaba, sin embargo, unas cuadras más allá, tras unas rojizas cortinas de terciopelo, asomaba la silueta de alguien buscando presencia en la noche. Me acerque escondiéndome entre las salientes de las murallas, procurando acercarme a aquella ventana. Al mirar, la silueta de una mujer medianamente mayor, con una copa en las manos miraba hacia la soledad de las calles, la bata que cubría sus hombros, dejaba escapar unos senos redondos, muy carnosos, pero caídos, el tiempo había marcado un pasado glorioso. Sus ennegrecidos pezones resaltaban al trasluz de la gastada ampolleta que iluminaba el cuarto. Al voltear, los respingados pezones negros me excitaron, y salí de la oscuridad para dejarme ver, ella inmutable, dejó caer la bata por sus hombros, y relucientes como noche de luna llena, sus carnosos pechos, llenaron el vacío de la luz. Era bella, impresionante mente elegante, pero era una mujer gastada por la vida. Sus claros ojos brillaron en la oscuridad, la sensualidad de su mirada cautivó mi mirada, no sé cuanto rato pasó, la bata había desaparecido, y tras la caída, sus carnosas nalgas marcadas por los años, se dejaron ver al igual que sus senos. Mi mano amarró la solapa de mi abrigo, el frío no dejaba pensar, y el vaho de mi respiración empañó mis lentes, cuando logré que se desempañaran, la luz había desaparecido, pero la silueta seguía allí.
El viento helado me empujo a seguir mi camino, pero la silueta había quedado prendida de mis retinas, y no desapareció hasta que cerré mis ojos para dormir, el frío de mi departamento no me dio tiempo para pensar en ella.




Gustab.


Comentarios

  1. Un relato duro, que transmite ese frío y soledad que embargan en determinados momentos al ser humano. Las fotos perfectas para completar ese clima de tu prosa.Felicitaciones

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  2. Excelente...
    Tu eres un buen narrador, sumerges al lector dentro de la historia...
    Un abrazo

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  3. Te comprendo, más de una vez he sentido el frío del mar en mis huesos. Mi niñez y juventud, fue bañada por el Oceano Atlántico.
    Saludos cordiales desde esta colina.

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Desde la oscuridad...

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