La oruga.

Hoy desde "Lazos y raíces", nos invitan a relatar en doble sentido que muchos nombres de animal poseen cuando los aplicamos a personas humanas. ¿Quién se comporta como un tiburón, un buitre, un topo o un papagayo?... y pensando en ello, me olvide de los limites, pasando las 350 palabras, pero son libres de leerlo...

Cuando era un niño, visitábamos a unos tíos que vivían en una suntuosa casa en la campiña, donde pernoctábamos cuando se hacía tarde. Inquieto y aburrido, recorrí la casa buscando entretenerme, hasta que llegue al cuarto de Rocío, mi prima consentida. 
Arrimado a la pared, descansaba un viejo toilette gastado por el tiempo, sobre él, un curioso frasco donde había una hermosa oruga de pelillos rojos y amarillos, de verde y largo cuerpo. En uno de sus cajones, un viejo libro, que se titulaba, "Memorias de una pulga". Mientras lo hojeaba, sentí ruidos en el pasillo y corrí a esconderme bajo la cama.
Rocío llegaba de su baño diario, y se sentó desnuda en la toilette después de secarse. Tomo el libro y abrió el frasco colocando la bicha sobre su cuello. Esta caminaba sin sentido buscando identificar donde estaba, y decidida tomo la curvatura de su cuello, para bajar produciendo cosquillas en ella. Su mano estaba entre sus piernas, y solo la sacaba de ahí, cuando tenía que cambiar la página.
Miles de patitas caminando por su piel. Sus pelillos le producían una exquisita sensación. Bajaba lentamente hasta perderse entre sus senos, el roce de las patas y de los pelillos que la vestían, iban erizando la piel de Rocío.
Se detuvo por un instante, para probar la superficie que pisaba, algo se interponía en su camino, luego de tocarla con sus antenas descubrió el concupiscente pezón, que emergía producto de su caminata, y dio varias vueltas alrededor de él, mientras este se agrandaba ante los sorprendidos ojos del insecto,
Escalo por la erecta barrera, hasta toparse con una ligera gota gris transparente, y se dispuso a atravesarla, mientras la infanta gemía y murmuraba. Bajó  por las faldas de los senos, para seguir camino abajo. Miles de pequeños vellos emergían a su paso, la piel se humedecía bajo sus patitas produciendo trémulos temblores. Mientras en el valle de su cintura y su vientre agitado, se armaban y desarmaban grandes colinas al respirar agónico de la muchacha que jadeaba sutilmente para no espantar a la oruga. Lagos y caudales se iban armando a su paso. Y ella decidida seguía adelante sin perder pisada. La piel se volvía salada y densa al gusto y tacto.


A lo lejos, se divisaba entre la espesura de una arboleda de vellos castaños y largos arbustos rizados, unos dedos que jugueteaban ávidamente que salían mojados para cambiar a la siguiente página, para retornar después de una suave ventisca que se producía con el movimiento. Un inesperado jadeo de su vientre, más la ventolera que dejaban sus dedos al paso, hizo caer a la oruga de mil colores en un cráter ya inundado de sudor, el ombligo se convertía en un lago donde se acunaban ya los deseos provocados por el incesante cosquilleo . Sus jadeos agitaban las aguas hasta sumergir al bicho quien luchaba por mantenerse a flote. Cuando por fin logró afirmarse de sus bordes, salió empapada, jadeante, casi ahogada, mientras los montes y colinas, subían y bajaban produciendo oleadas de placer en la infante. Asustada la oruga, camino más rápido, haciendo temblar el cuerpo de la virginal criatura. Las agitadas colinas dieron paso a un frondoso pastizal de vellos crespos, rizados y humedecidos, por el calor que dé más abajo emanaba. Y mientras más se internaba la oruga en la espesura del bosque, más cimbreante el delicado monte de venus se hacía.
Los dedos de la infanta le abrieron camino al paso del insistente bicho, hasta encontrarse en un humedal que caía verticalmente entre sus muslos, mientras las carnes se batían, ávidas de ser tocadas, por las inquietas y peludas patitas de la serpenteante oruga, que aunque dubitativa, se encamino abriéndose paso entre los labios húmedos y palpitantes.
A su paso de abismos, la bicha se encontró con una delicada cabeza que se abría paso palpitante al roce de sus patas, surgiendo en transparente mucosa entre la enrojecida piel que se abría para darle espacio. Tan sedienta venía la oruga, que se detuvo a beber de ella, provocando estridentes sacudidas en el cuerpo agitado de la lujuriosa princesa, que tratando de recuperar el aire y detener esos temblores, cerro sus piernas dejando atrapada a la ya fatigada oruga, que trataba de mantenerse viva en el súbito encierro húmedo en el que la infanta le había dejado, mientras ella se sacudía estrepitosamente en un largo orgasmo que la bicha, nunca habría imaginado.
La inocente oruga despertó inquieta y aún angustiada en su celda de cristal en la que siempre había estado y ya pasaba a ser solo un símbolo, y yo, reencarnada en ella, una realidad. Rocio yacía recostada entre las sabanas, y yo dormido a su lado mientras los rayos del sol nos acunaban.

Gustab.

“Coje el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por mil y ni siquiera andarás cerca.”
EWAN MCGREGOR

Comentarios

  1. Vaya con el largo recorrido de la oruga! Toda una aventura erótica!. Un abrazo

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  2. Sencillamente nos has llevado de la mano junto la oruga por el camino lujurioso de esa pequeña infante. Un abrazo.

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  3. Muy imaginativo cuento erótico con princesa y gusano. Realmente espectacular.

    Un abrazo

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