La dama y el Gato.
''El único misterio sobre el gato, es saber por qué ha decidido ser un animal doméstico''.
C. Mackenzie.
A veces, su rostro permanecía oculto en la almohada. Su pelo castaño corto, casi impersonal, pincelaba el prolongado trazo de la espalda que se iba abismando hasta perderse en la curva de las caderas y el firme dibujo de las nalgas. Más allá, estaban sus largas piernas separadas una de la otra en un ángulo precioso, hasta encontrarse en la nacarada profundidad de su sexo estrechamente unidas.
El cuerpo desnudo extendido indolente sobre la cama, cambiando de una postura atractiva a otra, siempre acentuaba aún más esa desnudez, casi procaz a la conciencia.
El gato la estaba admirando y gozando, ofreciéndose a la contemplación con un abandono total, como si el único motivo de su existencia fuese que la admirara.
Cuando estaba agitada, dejaba ver sus senos al rodar entre las sábanas, con sus vivos pezones y la extensión llana del vientre, perdiéndose en la profundidad de su ombligo, y la oscura zona del sexo entre las piernas abiertas.
El cuerpo tenía algo impersonal, en la buscada facilidad, con que se olvidaba de sí misma, mientras el gato se entregaba a la contemplación.
El sentimiento, nace del misterio de lo amoroso y de lo erótico, el cuerpo femenino ensoñado de l‘ amour fou (el amor loco).
Al levantarse, abría las cortinas y me hablaba, y yo no dejaba de contemplarla. Me contaba cosas de la vida, me sonreía, y hasta me decía algún piropo. Ella se ponía ahí, y yo aquí. Los dos reíamos.
¿Sabes?, los gatos se volvían inquietos en los tejados, celosos. Ronroneaban en las cornisas mirando nuestra ventana, y yo le susurraba:
-yo sé bien lo que quieren esos impúdicos...
- ¿Animales dices?
-¡Demonios! ¡Son demonios!, ¿Y quién te ha dicho a ti que no piensan? ¿Estás tú dentro de su cabeza, para saberlo?. Tú no has mirado bien sus ojos. Ni has leído los libros en los que se habla de demonios convertidos en animales. Tú no sabes nada.
-¡Míralos! Son igual que los hombres: inquietos, hambrientos salvajes. Toman de ti lo que les conviene, y luego se echan a dormir, satisfechos.¡Bonitos! ¡Fierecillas! ¡Machos!
- ¿Desde cuándo no les has dado de comer?
- Desde hace una semana. Poco a poco se van acostumbrando, y aguantan más.
- Quizá, sea eso lo que buscan, por eso ronronean en nuestra ventana.
- A mí Carlos ya no me calienta las carnes, ni el pensamiento.- todas las mañanas lo mismo- Está escurrido, como una ubre de machorra, por mucho que lo ordeño y lo ordeño, no da leche... y yo, no soy de fierro. La última gota que le quedaba, me la echó hace cinco meses.-
Porque debería yo saber eso, soy solo un gato, la escucho cada mañana, le aguanto todas sus quejas, ¿y ahora me tengo que bancar esto?, que tiene que meterse ese Carlos, solo arruina sus mañanas.
...El negocio que hubiera hecho yo, si mi niña ofreciera esa cosa entre las piernas… ¡Casa de puta habría abierto!. En cuanto a Carlos, si no fuera el dueño de este departamento y mi vida no dependiera de eso, ¡se la regalaba!...
Gustab
Raro es no tener una conversación con un gato, este nos mira como entendiendo todo y nada a la vez, esa mirada concentrada en nosotros nos hace creer que somos escuchados. Elegante, sensual y simpático relato, Gustab.
ResponderEliminarMil besitos para ti y muy feliz día.
Esos gatos por los tejados, qué beuna inspiración han resultado
ResponderEliminarUn abrazo
Mis gatos son salvajes, aunque los reconozco cuando maúllan con fuerza reclamando o con delicadeza, preludio del ronroneo al rozar las piernas, esas largas a contraluz delirio de Gustab. Los gatos inventaron el tango contoneándose con plumas de pelos, restregando el deleite, solo su deleite, vivo, palpitante observando a un Carlos momificado, porcelana gastada sobre un mueble del salón.
ResponderEliminar(Vaya cambio de imagen. Hace tiempo que no entro en Internet y al ver tu blog pensé que me había equivocado. Me gusta...)
Es verosímil que una mujer sea admirada, y tal vez deseada por un gato, con sentidos que los humanos no tienen.
ResponderEliminar