Erótico... (semana 14 de Sindel)

En sentido figurado: "Gustab, el derecho o ley de la sorpresa dicta, que si alguien le salva la vida a otro, tendrá derecho a una compensación que el salvado ha de entregar al salvador."


Últimamente los infiernos se han agrandado, la oscuridad de ellos, hace que todo se vuelva insoportable. Un gran dolor lo obscurece todo,  y en esa oscuridad de estrellas apagadas, los abismos están más cerca que nunca.
Luego de la pastilla en mi boca, las traslucidas gotitas que nacían en mi sexo, la siguieron al catre de bronce en el que se acomodó, apoyándose en los codos, con un pie hundido entre las sábanas y el otro rodeando con la pantorrilla mis caderas. Gimió, y las vacilaciones se enredaron en las finas hebras de su pelo. Retembló, gozosa; Mis besos creaban notas musicales moviendo partituras en su piel erizada, marcándola como zumbidos del paso de un cometa. De tanto en tanto, en los confines de su cóncavo vientre, le tocaba la medalla que le pendía del cuello. El lobo que aullaba en la platinada pieza, era devorada por las grandes fauces abiertas al abordarle el triángulo velloso predecesor de los redondeados muslos.
Cerní los brazos por debajo de las piernas, la inmovilicé por los tobillos empotrados sobre los hombros y me arrodillé. La olfatee, rugiéndole el hambre en el estómago, pensé en que los dorados tirabuzones del pubis de ella, podrían hilvanarse en una rueca con el fin de producir filamento que muchos confundirían con hilos de oro.
Besé el perlado clítoris y, desempeñando mi legua la función de abrecartas, separé un doblez de la otra, acariciando la angosta apertura.
Seguí embistiendo de dentro a fuera del prieto recoveco, al ritmo que marcaba ella con la mano amarrada a mis cabellos que dirigían mi cabeza. Hambriento, recolecté los jugos embadurnándome el dedo índice y lo hundí, rebañándole todo, como al fondo de un cuenco de batidos, besando en pausas la firmeza del clítoris. 
En mi asombro, descubrí, que cuando presionaba la yema sobre la parte superior del sexo, toda ella se encabritaba, jadeante. En el juego, acomodé, secundando al índice, el dedo medio.
Su cabello húmedo, le hidrataba gran parte de la piel al desperdigarse por su desnudez, mas todo el resto buscaba el orgasmo. Lloriqueó, encorvándose, y el orgasmo jugueteó con sus entrañas espoleado por mi boca. Jadeó, prendida, demandando inconsciente un premio antaño prometido y atesorado por el pillo azar, enlazando su existencia con la de la mutante que le empujaba al abismo.
Entornó los ojos, enfrascada en lo que sentía e ignorando que sus pupilas se dilataron de extremo a extremo, como los ojos de un reptil. Los iris le rotaron como lo hacían los portales al abrirse a causa del hechizo, fallando, resquebrajándose. Incontenible, gimió y jadeó hasta alcanzar el clímax, y los generosos senos le rebotaron en el pecho con las costillas sufriendo por gestionar el espacio necesario para todo el aire que precisaban sus pulmones.
En honor a la justicia, estaban en paz, en plena guerra.
Bebí el deseo hecho licor, hasta embriagarme, aderezado por la magia que delató su mente destellosa; la jalé por las caderas y la conduje entre las sábanas convirtiéndola en agua. La tomé por los antebrazos, la aposenté a ahorcajadas sobre sí y la encajé, como pequeños engranajes de deseo en su espasmódico sexo. 
A ella le suponía un amanecer brillante, cálido y receloso. Al deparar sus ritmos vertiginosos, ajeno a la verdad en la palabra y mareado por las contracciones en la ceñida vaina de ella, remaché la palma en su nuca circundando el cuerpo con un brazo y establecí un primer embate.
En la locura de los espasmos ella tarareaba, una sonata de gemidos, tarareaba mi nombre embriagada desprendida de apodos o de descalificativos. El sudor que la bañaba, le lavó los vestigios de éxtasis, manteniendo su mirada ofidia. Montada en la verga acorde al tamaño exclamó:
-benditas/condenadas fueran las hierbas-, y resolló, amoldando los tirantes tejidos a la reventada incursión de mi sexo.
La magia chisporroteó, encendiendo centellas violáceas en los arrabales de la cama, chapoteando al compás de dos cuerpos que se acoplaban atestiguados por la grávida luna acomodada en su cenit a través de la ventana y de la corrida cortina de los muros que nos rodeaban.
Trasladé la mano de la nuca de a un lado de su radiante semblante y conté con el pulgar, todas y cada una de las veces que esta suspiraba mi nombre. Derrapé el brazo, desligándome de la femenina cadera, y acaricié la redondez de las hermosas nalgas que terminaban perfectas su espalda. 
Arremetida tras arremetida, ahí, yo afilado y ella suave. Paré de contar y, tramposo, la besé, restando una de las invocaciones, para sumarle un gruñido que anunciaba la salida de la infértil simiente.
Ella quiso que yo mantuviera el colgante, para que el dolor, al morderla de vez en cuando, se encargará de que no olvidara quién era y el porqué de su naturaleza. A la par, para que yo tampoco lo pasara por alto, aunque no conociera el motivo de la misma. 
Proseguía percutiéndole en los adentros con tanta ferocidad, que sería capaz de exorcizar su alma. Su espalda erecta y a tiempos batida, sentía palpitante el músculo oradándole la mente. Gimió, naufragando una de sus manos entre mis pechos de enmarañados telares, árida entre las dunas sumergidas en el sudor que le bañaba, y así, se encumbró en el placer amordazada por un beso.

La sostuve, morando en ella tan profundo, que nunca distinguiría dónde comenzaba uno y terminaba el otro, se había hecho de noche, y sus ojos se cerraban. La había arrollado, martilleándole los sesos, como a un yunque desformado por el tiempo. 
Se calmó, se desparramó en su ser igual que un bálsamo, como un efectivo ungüento. La sensación de paz y reposo en la oscuridad la embargaba, y el tibio calor de un mástil aún en alto, la empujó a continuar la danza.
Una vez, había implorado berreando, para llevarla a mi cama y hoy era precipitado pozo abajo. Abrí mis ojos, que ignoraba haber tenido cerrados hasta entonces, y reconocí el motivo de la desazón que habitaba en mi… Había rogado ser rescatado, amparándome en una costumbre vieja como la humanidad y que se hizo efectiva al cumplirse mi súplica: "El derecho o ley de la sorpresa dicta, que si alguien le salva la vida a otro, tendrá derecho a una compensación que el salvado ha de entregar al salvador."
Ella desplomó una mano entre las sábanas y cerrando sus ojos y retomando , sus dedos, volvieron a toparse con el afilado marfil en la oscuridad que la había destrozado. Y en esa oscuridad de estrellas apagadas, con esfuerzo, todavía era capaz de reptar entre las telas, inclusive entre mis piernas, un rasgo propio de las vírgenes dotadas de una ninfomanía inexplicable, entre pre cognición y clarividencia. Gimió entre mis piernas, y bebiendo los últimos cáñamos lácteos que anegaban mi sexo y se colaban copiosos y combinados con sus fluidos entre sus labios, lo llevó hasta su garganta, para diluirlos en las aguas, devolviéndome los placeres que le había dado.

Cerrados los ojos,.. se fueron a encontrar en un paraíso de estrellas y luces astrales, hasta acabar con el tiempo que les habían dado.

Gutab

Comentarios

  1. Tenías razón, no sobra ni falta ninguna palabra. Es un texto exquisito, sensual, poético por momentos. Es embriagante y no se puede dejar de leer hasta llegar al desenlace, perfecto, que le has dado.
    Gracias por sumarte!

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  2. Genial relato muy sensual y poético. Te mando un beso. Enamorada de las letras

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  3. Un buen texto hasta donde he podido leer, luego vuelvo a terminarlo.

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  4. Puro erotismo exultante. Y veo luz, más que oscuridad... Un abrazo

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  5. Un relato de erotismo puro y sensual, besos.

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  6. Muy buen relato, pienso como la mayoría, sensual, poético y exquisito.

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  7. Vaya texto lleno de erotismo y sensualidad.
    Te felicito.

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  8. Muy intensa la historia de principio a fin. Adictivo para ambos protagonista. Saludos

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Desde la oscuridad...

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