Habitándonos.
Corrí entre los pasillos buscando donde esconderme, había escapado mientras todos me buscaban en el hospital, la cuarentena obligaba a permanecer en las habitaciones. La imagen de una morena desnuda cubierta sólo por un paraguas rojo, cruzó los pasillos... al verla, una de sus manos fue a su cara pidiendo silencio, mientras la otra me indicaba una puerta donde escondernos.
Al entrar tras de ella, la puerta se cerró y cayó un cerrojo dejándonos atrapados al interior, al menos eso creí yo, pero todo estaba oscuro y solitario, parecía estar sólo.
Apoyado en el velador, estaba el paraguas rojo empolvado por el tiempo, unas flores secas colgadas al viejo muro y una botella de whisky a medio beber. La cama cubierta de sabanas sucias por el polvo que flotaba en la habitación y una vieja rumba de colchones, hablaban de un tiempo detenido. El frío me envolvió, y una ventisca sacudió las cortinas dejando entrar la luz del sol, que tímido, dejaba ver el polvo ondulando en el cuarto.
Me quedé sentado en el piso, procurando no hacer ruido, hasta caer en un profundo sueño. Sueño que provocaba la foto en blanco y negro colgando sobre el frío muro descascarado por el tiempo, perecía que el rostro de esa mujer, de alguna manera acunaría mi cansancio. Unos minutos más tarde, la chica de la foto y del paraguas, estaba sentada frente a mí, con sus piernas abiertas y mirándome fijamente a los ojos. Yo temblaba, mientras ella se reía burlonamente y yo me paraba para huir de ahí.
- Espera, con calma, ¿quieres tocar?- Su voz rasgaba el aire y parecía acaparar todo el que había.
Yo no estaba para cuestionar nada, y esa voz,... sentía que mi cabeza estallaría en cualquier momento. Una de sus manos acunó la mía entre sus piernas, era una sensación exquisita. Sus carnes eran suaves, tibias, y sentía como se humedecían.
Subía la temperatura al hacer que mis manos la tocaran. Esa sensación de tocar y ver, de escuchar su voz tan lejana, me transportaba a no sé donde, y esos vellos enredándose entre mis dedos a medida que ella me dejaba acariciar. Mis dedos se hundían entre sus labios sexuales, se enredaban entre los crespos destilando el deseo. Estaba mojado, resbaloso en su interior...podía sentir que algo corría entre ellos, tan cálido, tan suave, tan lleno de calor. Estábamos habitándonos.
A lo lejos saltaban sus palabras, lejanas a mis oídos, y ella gemía jadeando entre susurros, como una gata en celo...
De pronto los tacos de la enfermeras anunciaron su llegada, yo volteé y ella sonreía algo colorada en sus mejillas mientras desaparecía ante mis ojos.
Mis pantalones estaban mojados, nunca supe cuando sucedió.
Un cura lo llamaría lujuria. Creo que ahí empezó todo....
Gustab...sensaciones.
Tuss alegorías son perfectas. Rezuma una nostalgia que espanta. Y lo que empezara, con esa imagen del ayer, bendito sería.
ResponderEliminarUn abrazo
Al leer tu texto me he dado cuenta que hasta los momento más terribles el sexo puede ser satisfactorio. Un abrazo Gustab.
ResponderEliminarEl poder de la mente.... libera o encarcela, según se interprete. Buen relato. Un abrazo
ResponderEliminarMe asombro cada día de algo que de sobra es sabido: las distintas lecturas que se pueden hacer de una misma imagen.
ResponderEliminarEsto lo digo porque yo también escribí sobre esa habitación y mis resultados son tan tremendos, tan de pena y los tuyos en la misma habitación rebosan erotismo y me ha encantado tu relato y lo forma de insertar la imagen en él, que te felicito.
Un abrazo fuerte.
Si participabas este jueves, sabía que elegirías esta imagen. Cuando la vi, me viniste a la mente y no me he equivocado pues es perfecta para el tipo de relatos que haces, para tu loco, para esos devaneos sexuales.
ResponderEliminarUn gusto poder leerte.
Un beso enorme.
Cuando era muy joven, sólo tenía 19 años, trabajé por un breve tiempo en un psiquiátrico en el pabellón de los locos de atar; el peor de todos. Los imbéciles que me contrataron me mandaron ahí. Tenía, entre mis tareas, que cuidar a una niña esquizofrénica-hebefrénica que quería tener relaciones con otros pacientes. Tu relato me trae episodios de esa época negra.
ResponderEliminarUn abrazo.
Magnífico y evocador. Sugerente y deliciosamente erótico. Has tratado de una manera exquisita este reto, querido amigo.
ResponderEliminarLa mente y sus confusos laberintos; aunque algunos de ellos, y a pesar de todo, altamente placenteros.
Siempre un placer leerte…
Abrazo grande.
Cada día alucino más con tus relatos y con tu gran capacidad de imaginar las posibilidades del sexo. Este relato es cálido y envolvente a pesar del lugar y de la imagen. Gracias por sumarte, besos.
ResponderEliminarDesde este perfil, que me funciona en el celular, les contesto. Es verdad, creo que esta imagen que muchos eligieron, da para todo tipo de relatos, lo primero que se me vino a la cabeza fue Ucrania, esa guerra que parece no ser, pero ya llevaba dos relatos de eso, y se cruzó el paraguas, y les juro que la vi pasar. Jjj.
ResponderEliminar🙄🙄🙄🙄
"Estábamos habitándonos." Me encantó esta expresión, Gustab.
ResponderEliminarOtra pincelada más sobre la vida de este loco y las mujeres que aparecen y desaparecen en el manicomio.
Interesante, como siempre.
Un besazo
cuando los sueños desplazan la realidad algo chirría en nuestra razón. la locura y la genialidad van de la mano. Una persona normal, ni siquiera luchará por dejar de serlo sólo locos o genios nadan con su mente para elevarse al Paraninfo de las Pléyades. Un abrazo
ResponderEliminarTu capacidad fe creación y tu imaginación logran grandiosas historias que las haces vivir al leerte.
ResponderEliminarLa mente y sus laberintos, inquietante y a pesar de ello la locura que produce el placer . Fantastico relato!! Besos
Lujuria es la palabra adecuada, una positiva y vital lujuria.
ResponderEliminarY también inevitable. ¿Era una de las enfermeras, una de las pacientes¡ Parece no ser relevante.
Bien contado.