Licores y ambrosía.


El hombre de esta historia podría ser uno de los tantos a los que todos conocemos en su arquetipo de “Don Juan”, pero no, soy Gustab y no se lo que quiero. Dotado de una demoníaca perversión, capaz de cautivar con una sola mirada a la más indómita, con respeto, pero con un dejo de perversión…
En mi niñez, disfrutaba la compañía de Vicenta mientras preparaba sus licores. Sus manos maravillosas me acariciaban mientras preparaba los almibares y sacudía los concentrados de destilados donde se maceraban los preparados de frutas y otras yerbas, los que permanecían a oscuras y lejos de la luz.
En ese trance de caricias, filtrados y almibares, siempre había un beso y una caricia para mí. Ella me explicaba cada paso, como si de un perfume se tratase, un trabajo para los apasionados por las fragancias, tan antiguas como la humanidad. La mitología griega dice que nacieron de la mano de Venus, la diosa del amor, cuando ella salpicó una rosa con una gota de sangre. Así la flor adquirió su olor característico. Luego Cupido la besó y le dio el aroma. Así, como la ambrosía para Dionisio es el licor, el néctar de los dioses, a menudo descrito como el otorgamiento de la inmortalidad eterna a quien lo consume.
Bueno, me distraje por un rato... Vicenta era la encarnación de Enotropeas, y muy cercana a la idea o deidad de la perfección divina. Sus generosas caderas y su fina cintura, coronada por senos de ambrosía, despertaban en poesía la mirada de todos quienes la conocían, así fue como me fui embriagando de deseo, que se confundía con amor.
Siempre me decía, que los licores eran como las mujeres, a más textura , cuerpo y sedosidad, más envuelve a los hombres, el secreto esta, en no pasarse de la medida, porque el alcohol emborracha y la idea es seducir.
Yo me colgaba a sus piernas y subía sin que ella se percatase. Ojos ingenuos, deseos perversos. Podía dibujar con mis dedos la forma de su cuerpo, la suavidad de su piel y embriagarme con su aroma a mujer y licor. 
La dibujaba desnuda en mi mente, y el éxtasis de esos momentos , quedaba grabado en mis dedos hasta la hora de irme a acostar, donde aún permanecía el roce de sus manos, sus caricias y acurrucados llenos de sensibilidad, perversamente sensual.
 Imaginaba el néctar que emanaba de su sexo, y el sabor intenso que tendría a la hora de hacer el amor.
El resultado, era un licor de colores intensos, de fragancias profundas, derramándose entre mis dedos, hasta que ella los sacaba del licor, mientras los chupaba limpiando mi ingenua osadía y me mandaba a dormir.
Hoy hago mis propios licores, porque conozco, cada uno de sus secretos, todos con gusto a mujer.

Gustab, un sueño de ambrosía.











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Desde la oscuridad...

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