Arenas

-Hora de tus pastillas Gustab.- Me susurró al oído.
Caminé por las calientes arenas naranjas del desierto, mientras ella disfrutaba, mientras mis pies ardían al roce de su piel. Entre sus muslos, bajaba la densa humedad. Sus gemidos lejanos se escuchaban tan lejos como estaba el desierto. Sus jadeos  me sometían en cada movimiento, sus caderas se deslizaban sobre mi piel. Se sentía la tibieza del sol que la quemaba mientras buscaba satisfacer todas sus fantasías. Yo volaba lejos de ella, dejándome arrastrar por la corriente que provocaba su cintura, su vientre ardiendo y bailando cadencioso sobre mis carnes. 
Escuche sus gritos y yo sin poder terminar. La fuerza que aplicaba en cada embestida me llevo a  eyacular sin sentir lo que debía... entonces, sentí su perfume dentro de mi piel, su calor en mi sexo y la angustia de sentirse deseado. Estaba tan mojada, que al derramarme dentro de ella, vi como me deshacía dentro.
Mi alma se separó del cuerpo físico y fui a rebotar dentro de su deseo, me fundía con ella, me convertía en un río que parecía no terminar... hasta que caí en mis espaldas y volé.
Tan alto se había ido mi mente, que desde las alturas veía sus senos batirse en cada orgasmo, sus nalgas apretadas entre sí. Cuando acabó recorrió todo mi cuerpo rozándolo con su sexo y terminó dejándolo apoyado en mi boca, mientras su cuerpo se cargaba sobre mis labios. Gimió, restregó  su sexo hasta alcanzar otro orgasmo.
Su cuerpo vencido, cayó dejando su vientre cerca de mi boca, donde yo saciaba mi sed con el sabor que soltaba.
Se sentía tan suave su piel, que si la llegaba a morder , la destrozaría. Creí morir, pero ahí estaba. lejos de todo, en las alturas de mi ser, y entre sus rincones. No recuerdo nada más, sólo su fragancia que alimentaba mi imaginación cuando la noche caía y el hospital permanecía en silencio.

Gustab, cerca del abismo.

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