Siete Días, Seis Noches

En el hospital , suelen visitar a los enfermos todos los días muy temprano por la mañana,  para llevarles la palabra de Dios, labor encomendada a las monjas descalzas del cerro Barón, Particularmente, a Sor Marie. Quién a pesar de sus 40 y tantos años, ejerce su labor sin faltar un día. Entre las enfermeras es conocida como la monja dulce de hierro. Quién gana su apodo, por su fanatismo religioso, tan dulce como agrio, pues suele castigar a aquellos enfermos que rehúsan escuchar la palabra de Dios, o practicar sus oraciones. Cuando esto ocurre, con autoridad manda a encerrar a estos en frías celdas de castigo, y someterse a tempranos baños de aguas heladas antes de que ella llegue al hospital. Tampoco era querida entre sus pares, pues era osca y huraña en el convento, al extremo de comer encerrada en su habitación entregada a sus oraciones y espiritualidad. Su soledad era infinita y su silencio su cárcel de apatía, se le conocía por la sonrisa de lucifer.
Gustab, reconocido agnóstico de las letras, la conoce bien, y cuenta los días para vengar la dignidad de los enfermos y hacerla comer un poco de su propia medicina. Hasta que un día decidió llevar adelante dicha acción. Disfrutaba de una circulación libre por el hospital debido a su comportamiento y tranquila personalidad, lo que no les era extraño a las enfermeras.
Ese Día Marié llegó a la hora esperada, y como nunca, de buen animo, entonces Gustab vertió sobre su vaso de agua tres pastillas que luego de la primera ronda de la monja, le ofreció a beber para descansar, para empezar con sus oraciones.  Unos minutos después la novicia Marié quedaba profundamente dormida. La levantó en sus brazos y la llevó a la cama cubriéndola totalmente. La acostó boca arriba.  Cayendo la noche, las enfermeras entregaban pastillas a Gustab quien escondía en su cama el cuerpo de la monja, del cual las enfermeras no se percatarían, apagaron las luces del pasillo dejando desolados y solos a los enfermos, momento que aprovecho Gustab para esconder en las viejas celdas del hospital el cuerpo de la virginal monja..
La colocó sobre una mesa fria, donde el roble que la cubría , se mostraba gastado y humedecido, le
aflojó el hábito y le quitó el sostén.Unos senos jóvenes, turgentes aparecieron a sus ojos. Pensó en que pronto debería torturar esas hermosas formas  coronadas por dos bellos casquillos rosados  ya erectos por el frío de la habitación. Se imaginaba a la monja llorando y gimiendo mientras sus pechos eran cruelmente castigados por las manos  de  Gustab.
Su delgada figura yacía,  parcialmente vestida, sobre la mesa. Quedó contemplando esas redondas y grandes bellezas. Era la primera vez que veía unos senos así en su vida, tan puros y virginales, tan suaves como la carne de un melocotón. Sintió una erección aunque trató de reprimir semejante impertinencia. La celda estaba en los subterráneos del hospital, aislada por inmensos muros de piedra y roble americano,  los que gemían por las noches por su humedad y edad.
Sobre la mesa, los oscuros pensamientos de Gustab, se apoderaban de su cabeza, levantó la pollera y observó las bragas blancas. Lentamente acercó las manos temblorosas al elástico de la prenda y comenzó a sacarla. Separó luego las piernas para observar con detenimiento. Sabía que más tarde debería castigar también esa delicada parte rebosante de aromas celestiales.
Finalmente le quitó la totalidad de la ropa y la estudió con detalle, las distintas partes de su sexo, la vulva,  miró con cierta sorpresa, el agujero de la uretra y el rosado y pálido clítoris que le adornaba el bello espacio del deseo.
Luego la dio vuelta boca abajo para mirarle las nalgas frías de dura perfección. Esa parte también sería castigada lo mismo que su sexo. Le dio lástima ser él el encargado de torturarla, pero era la misión que le había encomendado su infierno interior y cumpliría con responsabilidad la tarea. Pensó en el momento que debería violarla y más tarde, también penetrar ese espacio que tenía entre los glúteos.
Pasó su mano por la delgada y fina piel,  en la entre pierna, deslizó su mano hasta su sexo seco y suave. Todo su cuerpo temblaba. Gustab, luego de tocar reiteradamente el cuerpo de la monja, tanteo los senos, como el pubis, la vagina y los muslos, y comenzó a vestirle. Durante todo el tiempo estuvo excitado. Luego la llevó al camastro y la encadenó. Cuando despertara recibiría el primer castigo.
Volvió luego de media hora. Mari'e estaba despierta y comprendió que comenzaría pronto su castigo. Gustab, luego de quitarle las cadenas, le ordenó incorporarse. El escritor enajenado, quería comenzar azotándole la espalda con unas toallas  anudadas y mojadas tipo cordón, como le hacían a los
enfermos, pero para eso la monja debería quitarse el habito y el sostén. Finalmente le colocó un collar de cuero que pendía del techo, le vendó los ojos, le ordenó que se quitase la ropa hasta la cintura.
Ella no quería que el loco le viera sus senos, pero parecía imposible resistirse. Obedeció. Entonces Gustab, que se resistía mirar la desnudez de la monja, le colocó cuerdas en las manos, para que se cubriera. Su espalda quedaba libre para comenzar.
Tomó un látigo de toallas trenzado y se ubicó detrás de Marié. Levantó el brazo, la toalla silbó en el aire e impactó en la espalda de la religiosa quién quiso moverse pero el collar le recordó su condición de desobediente. En el movimiento giró involuntariamente su cuerpo mostrando sus senos turgentes y sus pezones rozagantes. gustab no pudo resistirse a mirar. Se volvió para esconder su mirada y una vez que la mujer estaba nuevamente en posición, un nuevo azote golpeó la delicada piel de la espalda. Un prolongado gemido partió de su garganta.
Sabía que sería completamente inútil pedir clemencia o compasión. Sería azotada hasta que el verdugo considerara que era suficiente. Cuántos azotes recibiría. ¿Diez?, ¿Veinte? ¿Cincuenta?. Un nuevo impacto la trajo a la realidad.
Las tres marcas de su espalda se estaban hinchando. Ya eran un pequeño cordón que la cruzaba de lado a lado. Gustab no se detuvo hasta que la espalda de la novicia estaba cubierta de rayas. Entonces se puso frente a ella. La agitada respiración le hacía subir y bajar los senos con rapidez. Los pezones parecían más hinchados que nunca. La venda de sus ojos estaba mojada, inequívoca señal de sus lágrimas. Recordó uno de los dibujos del libro de la edad media. Un hombre con unas tenazas en las manos apretaba el pezón con intenciones de arrancarlo. Un escalofrío recorrió la espina dorsal del escritor con sólo pensarlo. ¡Si la religiosa supiera la imagen que apareció ante su vista!. Le quitó las cuerdas y le alcanzó la ropa para que se cubriera. Una vez vestida, la volvió a atar y le quitó el collar y se encaminaron al camastro de madera. La joven se acostó boca abajo sobre un chal mientras Gustab le ataba sus tobillos y acariciaba su suave piel.
Para el día siguiente el castigo consistiría en atarla a una columna muy fuertemente, permaneciendo varias horas completamente inmovilizada. La condujo al mismo lugar y la obligó a apoyar la espalda contra un grueso poste de madera. Todavía le dolían los latigazos del día anterior.
Le ató sus manos por detrás de la columna y luego comenzó a pasar otra cuerda, primero rodeando su cintura y luego todo su cuerpo amarrándolo a la columna. Al llegar a su cuello luego de arrollar con dos vueltas el mismo, continuó anudándolo detrás para luego pasar la misma cuerda por su boca y frente a sus ojos.
De esta manera Mari'e  quedaba completamente inmovilizada, con la cuerda que mantenía su boca abierta y sus ojos cubiertos también por la soga. Gustab se paró frente a ella. Las formas de la mujer se apreciaban a través de la ropa. Pensó que en otra oportunidad la ataría también así pero completamente desnuda para admirar la belleza de sus curvas. Permaneció el resto del día así. Luego fue llevada a su camastro.
Su tercer día en el manicomio sería inolvidable para ella. Fue conducida a una de las salas de castigo y Gustab le ordenó quitarse toda la ropa, prenda por prenda siguiendo sus indicaciones. Un rubor cubrió la cara de la religiosa . Sin embargo y a pesar de sus sentimientos de rechazo a hacerlo, cumplió la orden. Primero el habito, luego el sostén, más tarde la enagua y finalmente la prenda tipo calzón. Un triángulo de vello cubría su sexo desordenado. Gustab le indicó que se acostara en la mesa de castigos.
Primero un semicírculo de cuero fijó su cuello a la mesa. Siguieron piezas similares para fijarle los brazos cerca de los hombros y en las muñecas. Una gruesa correa rodeó su cintura y luego de pasar unas ranuras de la mesa se fijaban por debajo de la misma. Sus piernas también fueron amarradas, lo suficientemente separadas como para acceder a su sexo cómodamente. Marié nunca imaginó que podía ser sometida a esta humillación. Era consciente que sus labios vaginales estaban ligeramente abiertos y expuesta a las miradas del escritor. Estaba segura que el vello púbico sería insuficiente para ocultarla, sentía una extraña humedad entre sus piernas.
De acuerdo con lo que había leído en Europa el escritor en sus viajes locos , nada mejor que disponer de los cuerpos depilados de aquellas que deberían ser amadas. De inmediato enjabonó toda la zona con vellos axilares y con una afilada navaja comenzó a afeitarla. Marié se sentía más humillada aún de sentirse  expuesta y  carente de vello.
Una vez terminada la faena, Gustab con cierto disimulo observó las partes depiladas. Sintió una excitación especial, temblba su cuerpo y le invadía la sangre corriendo por todo su cuerpo y quién hubiese observado su pantalón, podría advertir el bulto que crecía en su interior. Esta situación lo empujó más rápidamente a continuar con lo que tenía planeado.
Primero azotaría los senos de Marié con unas toallas  hasta dejarlas rojas y luego, vendándole los ojos, procedería a penetrarla.
Tomó las toallas y luego de mojarlas, las levantó y observando esos senos turgentes, bien formados, decidió azotarlos con fuerza. Un prolongado gemido partió de la garganta de Marié.
Las trenzas de toalla, habían dado de lleno en sus pechos. Casi de inmediato aparecieron marcas rojas sobre su blanca piel. No se detuvo. Continuó el castigo hasta alcanzar el número de seis azotes. Las
carnes de la monja estaban cubiertas de marcas rojas, sus pezones hinchados.  Estaba conforme.
Entonces procedió a afeitarle el pubis. Marié lloraba mientras la hoja de afeitar descubría más aun sus intimidades. Finalmente fue retirado todo el vello. Era el momento más esperado y más deseado por él. Debería penetrar. Se quitó la ropa y se ubicó sobre la religiosa.
Marié esperaba castigos duros pero nunca una violación. Atada como estaba era imposible defenderse. Poco después sintió la cabeza hinchada de su verdugo entre los labios de su sexo. No tuvo otra alternativa que resignarse. Gustab era la primera vez que se cogía a una mujer virgen y hasta sagrada ante los ojos de los comunes. Lentamente la fue penetrando y luego de romper el himen continuó hasta tenerla totalmente adentro. La mujer de Dios lloraba en silencio.
Se detuvo un momento mientras la tenía clavada a fondo y luego comenzó el movimiento duro. A pesar de sus convicciones, ambos no demoraron en correrse,  era la excitación y expectativa. Permaneció sobre Marié unos minutos y recién cuando su sexo estaba completamente flácido, lo retiró. Jadeaba extenuada.
Gustab la desató de la mesa y acostándole sobre la colchoneta le ordenó separar las piernas, cosa que la muchacha hizo de inmediato. La segunda penetración fue lenta y hasta tierna en momentos. La cavidad no estaba preparada, se sentía suave pero estrecha, pero a fuerza de empujar, fue penetrando lentamente. A pesar de sus sentimientos de ser sometida, Marié estaba experimentando sensaciones nuevas que nunca imaginó. Poco después ella también se corría con un fuerte espasmo.
El resto del día permaneció en la celda, desnuda y encadenada, temblaba  con unna mezcla de deseo y dolor. Meditó largamente sobre lo que pasaba.
Si bien había sido forzada, no podía negar que una sensación de tranquilidad la embargó luego del orgasmo. Recorrió mentalmente todo lo que había estudiado en el noviciado y algunas cosas ahora le parecían casi absurdas. ¿Por qué privar a la mujer de gozar del sexo? Esperaba que la próxima vez que fuera penetrada, lo haría de manera más natural y relajada.
Ahora le importaba menos estar desnuda delante de gustab . Su desnudez comenzó a serle algo natural. ¿No venimos así al Mundo? Le hubiese gustado en ese momento tener un hombre desnudo frente suyo y poder ver el sexo duro, ver cómo era, poder tocarlo, a que olía y hasta el sabor se volvía un enigma.
La voluntad de Marié estaba siendo destruida. Aceptaba que Gustab le diera órdenes y ella las cumplía, aun las más degradantes. Sin embargo quizás la mayor fue en la mañana siguiente.
Gustab entró en la celda y le quitó las cadenas, luego la condujo a la sala de castigos.
la obligó a doblarse sobre un caballete, dejando sus nalgas expuestas y le hundió un dedo por la entrada del ano. Marié, consciente de lo que le esperaba, se relajó todo lo posible mientras se exponía  mientras unas gotas de sudor caían sobre sus carnes, entonces Gustab al sentirla tan apretada lubricó la entrada con saliva que dejó caer de su boca. Poco después el glande pugnaba por entrar en el estrecho agujero y las carnes de la religiosa se entregaban frente a su torturador. Ya nada era virgen, si bien había dolor , sentía el alma agitada.
Un tiempo antes marié no hubiera podido contener las lágrimas por lo que le estaba sucediendo, pero ahora cuando debía separar sus piernas para ser penetrada por la gloriosa y mojada cavidad, ya no sentía repulsión, por el contrario comenzaba a gozar de recibirla, pero la penetración a sus nalgas era más de lo que podía imaginar.
Gustab entre jadeos y gemidos, con movimientos acompasados llegó al orgasmo, dejando  en el interior de Marié todo su rencor mojado y rendido. Así permaneció unos minutos hasta que retiró su sexo del albo trasero. Poco después escuchó los gemidos de Marié al sacarla.
Los castigos eran siempre seguidos de polvos, generalmente en la forma habitual aunque algunos eran sexo anal. Por ese motivo Mari'e ya no sentía el dolor cuando era castigada, sino que pensaba en lo que luego vendría. Disfrutar del sexo que todo lo compensaba.
Por días fue colgada de sus muñecas. Sus pies estaban a escasos veinte centímetros del piso. era sometida a eso a diario portando cuatro modelos de látigos que usaría sobre la religiosa. 
Las nalgas serían el destino de los primeros azotes. Un fuerte gemido llenaba los pasillos del lugar. Estaba decidido a azotarla hasta que todo su cuerpo quedara cubierto de marcas. 
Luego de los veinte azotes en el culo con la fusta, tomó un látigo de cuero trenzado. Con él castigaría la espalda, pero debido a la longitud de la cola también marcaba el vientre. Otra veintena de azotes. Luego tomando otro látigo de cuero, pero con nudos cada cinco centímetros se dispuso a castigar la parte delantera de la monja, desde el vientre hasta arriba de los senos. Cada impacto dejaba una línea roja con puntos más grandes en las ubicaciones de los nudos.
Debido a la extensión a castigar allí descargó cerca de cincuenta azotes. Marié ya no gemía. Estaba exhausta.
 Aun faltaban las piernas. Para ello Juan decidió usar unas toallas. Le dio un movimiento giratorio al cuerpo de la novicia de manera tal que los azotes caían por todos lados. Cuando consideró que estaba suficientemente marcada, meditó acerca si convenía o no azotarla entre las piernas, directo en la vagina. Además era diariamente cogida, la mayoría de las veces por su vagina y otras por atrás 
Durante una semana estuvo encerrada con él.
 Las marcas cubrían por completo su cuerpo. La parte menos castigada había resultado su sexo, ya que Gustab no quería privarse de su uso.La misma Marié agradecía que esa parte no fuera el destino tormentos, para así poder gozar de las penetraciones diarias.
Una mañana llegó la superiora del convento del cual provenía Marié . Quería confirmar que aun venía Marié a hacer su compañía a los enfermos. Nadie la veía hacía días y buscaron sin resultados por todo el hospital. 
finalmente se dirigieron a la sala de castigo. Allí estaba Marié suspendida de sus muñecas, azotada en todo su cuerpo con un látigo. De su sexo corría un hilo viscoso, producto de una reciente penetración. Podía observarse, en su cuerpo desnudo, las innumerables marcas de todos los castigos recibidos.
Todo se ocultó entre los que vieron ese in imaginado espectáculo. Nunca dijo Marié quién había sido, y siguio yendo una vez repuesta al hospital, con quizá la esperanza de volver al cuarto de castigo. Pero Gustab no la recordaba y repetía las oraciones con ella sin quitarle la vista de encima, perdido en los ojos de la religiosa Marié.

"Los escritos de esta historia fueron encontrados en espacios que habían entre las rocas del Cuarto de Castigo, todos sabían quién los había escrito, pero nunca llegaron a comprobarse si eran ciertos o no.
Hoy Gustab sigue en el mismo hospital, y La madre Marié, sigue haciendo sus rondas, se le conoce por el apodo de "Mirada de Ángel"..."

Gustab..... Divagando entre pastillas.

Comentarios

  1. Inquietante tu relato, una maravillosa descripción haciendo disfrutar de su lectura y contenido.

    TE felicito.

    Mil besitos y feliz noche.

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Desde la oscuridad...

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