El Hotel de la Barriada...

Una vez que logré recuperar la libertad, viaje a la capital para tomar un carro, que me llevaría a buenos aires. El frío de Santiago me hacía tiritar, aunque esta ciudad me fascinaba, no dejaba de pensar en aquellas calles fuertemente iluminadas, la humedad del ambiente que se apoderaba por las noches de esa bella ciudad, las tanguerías, los arrabales, los bares copados de cristianos enardecidos por el bullicio de la gran capital. Al llegar allá buscando la libertad, me encontré nuevamente un mundo que vivía de noche,calles adoquinadas como mi puerto querido, faroles a medio encender, ese aroma rústico del café fuerte, el ron, los perfumes que maleaban el ambiente, los choros tirados sobre el pavimento mojado gruñendo las desgracias del mundo entre sus nudillos, ese vaso medio vacío, y el particular bandoneón que no dejaba de tocar, las pibas de cortas faldas a media luz y aquellas porta-ligas que nos hacían soñar, aquellas que ahogaban los muslos blancos de brillante carnosidad, ese mundo del cual habían tratado de alejarme encerrándome entre rejas, pero ese sería sólo unos días mientras en el puerto algunos me buscaban para hacerme regresar a ese lugar. Me gustaba el mundo que se habría a mis ojos, alguna vez teresa me había hablado de un barrio muy especial, En Buenos Aires, al este de la plaza Miserere, en la calle Junín, conocida como "La tenebrosa", se instaló una sucesión interminable de prostíbulos, donde los parroquianos dejaban volar su desenfrenado pensamiento carnal. En ese lugar Teresa decía que se acariciaban las más suaves y hermosas pieles de Sudamérica, en ese lugar no se tenía sexo ni religión, y los colores políticos se mezclaban en orgías interminables.
Los enfrentamientos frecuentes de tauras y malevos trenzados en duelos criollos, chistidos de yiras y taqueras resonando en las calles surcadas de marineros entregados a los paraísos de la droga y del alcohol, homosexuales, fumaderos de opio regenteados por chinos y que motivaban la adhesión de un alto número de adictos, y algún tango rezongón sirviendo de música de fondo.
Existían los cafés de camareras, particularmente en La Boca; las mujeres que atendían las mesas, que vestían de negro, bailaban con los parroquianos, entre café y café, o entre copa y copa. Y también... en el mismo lugar se hacía el amor detrás de las cortinas, desde donde de vez en vez, se asomaban algunas piernas, que entre movimientos dejaban caer la bombacha negra con piedras incrustadas entre las telas, y los movimientos rítmicos de las cortinas, indicaban que la mina se agachaba para servir algún galán con laboriosos y apasionados labios de seductor grosor. Las nalgas se dibujaban en las livianas telas de aquellas cortinas, y el vaivén de la tela, indicaba el principio y el fin de una acalorada relación carnal. Más de algún malebo, se aprovechaba para tirar las manos a cada sacudida de cortina, para tocarle las carnes a las chicas del burdel, que sin distraerse, seguía en su apasionada labor. En los cabaré de Buenos Aires, que no eran similares a los europeos, había reservados donde se hacía al amor; había algunos famosos, en el mismo centro de la ciudad. En uno de esos fuí a dar buscando las rosadas pieles que alguna vez habían servido de bocado para los habidos labios de Teresa, donde, según describía ella, las chicas desnudas se paseaban en los oscuros pasillos del lugar buscando algún embriagado amante de bondadosa riqueza, para llevarse a un rincón a medio oscuras para saciar su sed y recibir algunos morlacos a cambio.
Al entrar, una chica de delicado cuerpo y hermosa piel, rozó mis labios susurrando sus servicios al oído de este escritor galán. Dejé que sus dedos se escurrieran por mis bolsillos, mientras sus manos de diestra habilidad, iban levantando el miembro entre las telas. Sus suaves manos me hacían vibrar, mientras las mías se deleitaban en sus redondos senos coronados por rosados pezones, y la otra entre sus muslos, deliciosamente perfumados, iban soltando una falsa humedad producida por aceites de vaselina estrategicamente untadas en aquellas partes que olían a aromas cítricos o jazmines en flor. Que delicia de piel, que delicada consistencia, que ricas carnes para degustar. Y fuimos a dar entre cortinas que olían a sexo y placer.
La maravillosa textura de sus labios, fue sazonando mis carnes desnudas que brotaban entre manos de delicada ternura y suavidad, hasta tocar sus amígdalas no dejaba de tragar, y entre ahogos y sofocos fue liberando toda el néctar salado que había acumulado por semanas dentro de mi piel. La corrida más exquisitamente trabajada me llevó a tocar el centro mismo del infierno, y a desear cremarme entre sus labios de ardiente pasión. Luego me pidió que me arrodillara, y sentándose en el borde de la mesa, me invito a hacerle sexo oral. Que consistencia más dulcemente salada, que carnes tan llenas de suavidad, ese era el paraíso de más singular esencia que jamás había visitado..... y así transcurrió mi primera noche en la ciudad luz del fin del mundo.
Sólo al día después desperté en la fría habitación de un pobre hotel de la barriada.
Gustab, en Buenos Aires.

Comentarios

  1. Tus letras me hacen recorrer caminos laberínticos, son intensas.

    Me gusta la imagen de los labios escurriéndose por los bolsillos.

    Espero que Buenos Aires te trate como corresponde, muy bien.


    Abrazo porteño.

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  2. Buenos aires es un laberinto de pasiones... siempre tendrá una sorpresa para mi... y un tango esbozado entre gemidos.

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