Opio y alcohol.

Sus ojos verdes dejaban entrever una profunda melancolía, parecía que el amor y su pasión por la vida,  la seducción de los placeres terrenales, las llevaba por caminos abstractos, casi sin sentido para aquellos que la observaban desde lejos. Quizás por que temían al carácter de esta mujer tan irreverente, tan rebelde, como la fuerza de la naturaleza, esa que fijaba sus propias reglas para enfrentar la vida, sin temor a las consecuencias que ella le trajera.
Me senté al otro lado de la barra, pedí un agua ardiente y encendí un cigarrillo. Mis ojos no dejaban de mirarla, como un deseo incontrolable. Al pasar mi vista a través del humo del espeso escenario, iba desnudando su cuerpo. El imaginar su piel blanca, sus nalgas carnosas, y la sublime forma de sus senos, la angustia, se apoderaba de mi. Ella era magnifica, sus ojos embriagaban cada vez que se alejaban de la superficie del mesón. La intensidad de su mirada, llamaba a seducir a esa extraña mujer. 
Ella jugaba con su belleza, encarcelaba la mirada de todos los cristianos del lugar que quisiesen seducirla. Ella era un torbellino de pasiones desenfrenadas, de abismos interminables, ella era una marejada que se llevaba todo lo que iba encontrando a su paso. Ella era pura pasión.
En un momento me traslade a algún lugar donde era difícil escapar de sus caricias, sentía que mi alma se envolvía entre sus brazos, que unos barrotes me aprisionaban sin poder escapar. El agua ardiente me hacía volver a la realidad, la garganta se quemaba tras cada sorbo y despertaban mi imaginativa existencia.
Aunque no estaba cerca de ella, nuestro dialogo parecía fluir, sus pensamientos me alcanzaban queriendo decir algo, que aunque no lograba deducir, me cubrían de gemidos y palabras susurradas a los oídos. Podía sentir la caricia de sus labios, las tibias manos resbalando por mi rostro, y su sexo tan cerca, que no cabía ni una hoja de papel entre nosotros. Estábamos lejos, tan lejos como nuestras miradas y nuestras vidas enajenadas por el opio que solíamos consumir antes de entrar en aquellas fiestas, donde los cuerpos desnudos de hombres y mujeres se enredaban en orgías.

Saltábamos de un cuerpo a otro experimentando la pasión en todo su ámbito.Los sabores de las distintas pieles, la dulzura de los distintos labios, sus fragancias y sabores en cada rincón de la piel. El opio adormecía tu cuerpo reventando los sentidos, haciendo que nuestros deseos se volvieran más intensos. 
Los cuerpos buscaban el placer y experimentar a fondo las sensaciones. Esas fiestas de opio y alcohol eran una moda fascinante. Todo era lujuria y placer. Luego corríamos a nuestros escritos para empezar una nueva historia o terminar algunas que iban quedando inconclusas, así nuestros nombres iban resaltando en los círculos literarios. 
Eramos una estirpe sin nombre y sin identidad. Así terminó nuestro encuentro en aquel bar, sin haber sentido en carne propia el rose de nuestra piel. Con una vaga sensación de soledad y de una vida sin rumbo, ni final determinado.
Ella se levantó de su silla y desapareció entre los cuerpos que seguían latiendo  excitados por el bullicio del lugar. Mi cigarrillo se había consumido del todo, junto con mis sueños.

Gustab.

"A cierta edad, un poco por amor propio, otro poco por picardía, las cosas que más deseamos son las que fingimos no desear."

Comentarios

  1. Un texto con muchos aspectos interesantes. Ese final de cigarrillo consumido me pareció muy bueno.

    Un abrazo, Gustab

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  2. ¿Pueden ser los sueños, la visualización ser satisfactorios? ¿Pueden compensar que no se realicen esos deseos de erotismo, de lujuria?

    Saludos.

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  3. Siempre es satisfactorio visualizar al otro, incluso antes y después, siempre. Los cigarrillos son el después del orgasmo.

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Desde la oscuridad...

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