Mis Beatrices...

Todo me parece curioso desde aquí. Los barrotes parecen más gruesos, las telarañas se ven como cortinas cuando cae el sol sobre mi ventana, los rincones parecen más oscuros, las bisagras parecen grandes ruedas de carrozas, se retuercen en su propia esencia..
Cuando veo a las enfermeras entrar en mi habitación, me imagino que son ángeles vestidos de alas. Me gusta su desnudez, parecen pinturas renacentistas. Sus pieles son blancas, blancas... tan blancas que sus pezones rosados parecen coronar la aureola ausente en sus cabezas. 
Sus nalgas parecen más jugosas, rezumen fragancias oleosas y de ahí parecen salir estrellas. Entran cubriéndose el pubis, a veces tan espeso como los bosques de Viena , otros son áridos como el desierto del Sahara. Son bellas , todas son bellas, y cada una danza su propio ritmo. Cadenciosas y sugestivas, seductoras envueltas en blanco, a veces hasta con ligas adornando sus bellos muslos de brillos radiantes. Ellas saben que me excitan, y bailan a mi alrededor prometiendo paraísos, pero cuando entro en ellas, vivo grandes infiernos.
Al pasar, dejan que mis manos se deslicen en su piel, que mi boca beba de sus encantos, vasijas de inagotable vida. El paisaje de sus formas, se dibujan en mis pinceles. De sus carnosos labios , llueven besos, de sus ojos cuelgan fantasías, de sus senos pequeños castillos que envuelvo con mis dedos... 
Al verlas recostadas sobre mi cama, sus montes se disipan, dejando caer la mirada en la llanura de sus vientres, donde las suaves lomas parecen envolver amores y sus piernas abrir deseos. Venus despierta mi pasión, cosquillea en mi barbilla, unta de humedad mis labios mojando mi locura. Sus dedos despiertan mi viril ausente quién se despliega con grandes alas. Una crisálida gota espesa y casi transparente, corona mi rosada cabeza. Ellas saben esconderla en su deseo, y los labios parecen beber de ella hasta despertarlo ardiente, vivo. Esos ángeles me llevan al infierno en errados vuelos y me pierdo entre mis lamentos que se visten de gemidos.
Antes de eyacular, pienso en Dante de la mano de Virgilio, haciendo esfuerzos sobrehumanos para guiarlo en el infierno, para poder entregarlo a Beatriz quien terminará por llevarlo al paraíso.
Dejo que mis ojos se cierren, me dejo llevar por estos ángeles caídos, poseídos por el deseo y perdidos entre sus placeres, cada uno tiene una virtud, cada uno un deseo. Todos esos deseos emergen de mi cuerpo, como lava incesta que va como fuego liquido entre sus labios y sus dedos apagados por la humedad que se esconde entre sus piernas, en aquel caldero que me quema y nutre, fundiéndolo todo.

Gustab... Mis Beatrices y paraísos.

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