El granero del deseo. (cuentos para leer en silencio).

Febril por el deseo, se refugió en el granero, se recostó en un montón de paja, se subió el vestido, se quitó la ropa interior, abrió las piernas y comenzó a acariciarse el borde de los labios del sexo, después de desnudar los granos, con la punta de una mazorca de maíz.
Despacio, dejando que esta le rozara y emblandeciera sus carnes, fantaseaba con el joven hijo del patrón, un chico de tiernos 14 años que solía espiar cuando se bañaba desnudo en el río. Hasta que la humedad cedió el espacio, entrando en su sexo y cuando estaba por llenarlo todo, un ruido la distrajo; entre las tablas del portón, el mozo que ella imaginaba, estaba al otro lado pestañeando para descubrir los detalles de tal acción. Lentamente, salió de las sombras en las que se ocultaba, se paró frente a ella y la miró a los ojos.
Había algo erótico en despojar del tallo el totomoxtle o pasca, para desnudar las texturas y dejar el grano a la vista. La sensación desnuda de los granos en su interior, debían de asemejarse a la forma del sexo del barón, y sus roces debían de ser tibios, pensó en detenerse, pero sabía que el estaba ahí, y esta sería su oportunidad. Acariciando la superficie, la humedeció con el zumo de sus deseos, la dejó deslizarse nuevamente adentro, como lo haría con la de él. La humedad la deslizó a la entrada y se penetró suavemente, mientras los ojos del mozo se abrían fascinados por la visión.... Apenas la punta, luego el tronco firme, rugoso, suave, y se dejó llevar hasta que sintió la dureza en el fondo. Jadeó entre las pajas, revolcándose de placer y se corrió...
temblando con un gemido que ahogó en los labios. 
La puerta se abrió, llenando de sol el espacio, y sólo alcanzó a ver al chico aferrado a su verga, que corría despavorido por el corral.
No había espacio para el arrepentimiento ni el temor; Los orgasmos se sucedieron una y otra vez, y brillando su sexo bajo los rayos del sol, se fue apagando mientras sus manos se sujetaban de la forma del fruto, que tanta belleza habían provocado dentro y fuera de la piel.


Gustab,  creando sueños.

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