El artesano del pueblo. ( cuento para dormir).

Mientras el golpeaba el cobre con su viejo martillo, su cuerpo sudaba enalteciendo su silueta , como si de una escultura se tratase, las mujeres lo miraban con deseo. Las fragancias del sudor, el aroma de su cuerpo, hacía que a ellas se les erizara la piel. Noche a noche esperaban ser las elegidas.
Cuando descubrían que él una vez más elegía a la misma, sus dedos en las sombras, buscaban entre sus piernas para satisfacer el deseo que las quemaba. Los gemidos remecían las paredes.
Al amanecer observaban como el miembro del artesano, tras las telas, se estremecía . Lánguido y suelto, complacido por la piel de la elegida , se exhibía orgulloso, con aires de hombría. Su esculpida piel exhibida a los ojos de las muchachas, les incentivaba para perderse en sus deseos. Dedos, que sin pudor, buscaban entre las carnes trémulas, satisfacerse. Sin remordimiento se revolcaban entre las sábanas envueltas en deseo, arqueando sus espaldas, sumidas en gemidos y jadeos desenfrenados, luego la pequeña muerte les envolvía para llevárselas al limbo del éxtasis.
La que gozaba de las caricias del hombre, salía de la hoguera envuelta en llamas, y abriendo sus piernas, sentada en el barandal, se burlaba de las demás muchachas que soñaban con ser poseídas por él, exhibiéndose con vanidosos aires. Entonces y sólo entonces, los aromas de los amantes se abrazaban para gritar al viento su deseo.
Al caer la noche, él, desnudo lavaba su cuerpo frente a las otras. La luna gozaba iluminar las manos del artista mientras recorrían el sudado cuerpo, lavando su piel mojada por el sudor del día. Cuerpo que luego entregaría a la ansiosa dama elegida, que durante el día había estado acariciando su sexo en agitado ejercicio, como preparando su deseo. 
Sus dedos escribían historias de pasión sobre sus carnes entumecidas,  golpeaban delicadamente sus pezones hasta verlos erguidos, para luego envolverlos con delicadas caricias, tirando suavemente de ellos para sentirse viva. Luego, los mismos, bajaban por su vientre acariciando cada espacio, cada grano encendido de piel por la excitación, hasta perderse entre su vello púbico , para finalmente enterrarse entre sus labios vaginales, jugueteando con su clítoris, que vibraba entre las carnes vivas.
El artesano del cobre, como abeja a la miel, era atraído por los aromas del cremoso panal, que había sido preparado con esmero durante el día, para recibir suave la verga del amante.
Agitado por la pasión, venía desde el río lavado, fragante tras rozar su piel al salir del río entre arbustos de jazmines y lavanda, aroma que encendía a la elegida al verlo entrar, cuando sentía el cuerpo del hombre pegado a su piel.
Su cuerpo, su rostro de labios entreabiertos, simulaba dormir, se dejaba recorrer por las manos, disfrutando de cada caricia, de cada beso, para luego ser penetrada por la verga. El hombre, al sentir el roce de los carnosos labios de la muchacha, doblaba sus rodillas dejándose caer sobre el deseoso cuerpo, que atrapaba con sus labios el miembro erecto, hasta hacerlo fallecer entre gemidos. 
Noche a noche se repetía la historia. Mientras las demás esperaban ser elegidas algún día masturbando entre sus deseos.



Gustab. (Cuento para dormir).

Comentarios

Entradas populares