Amantes.

Lo vi cabizbajo, quizás su cabeza viajaba más allá del otro lado del mar, lo acompañaba un perro que no dejaba de rascarse con la pata y muy cerca de ellos un gato se aseaba tranquilamente su pelaje.La noche parecía fría, el escaño que lo sostenía , gruñía a cada acomodo de postura que buscaba tranquilizarlo y sólo la farola sobre sus cabezas, le hacía guardia. Extraña figura de un artista desaliñado y triste y a ratos un seductor. Los adoquines devolvían la luz a pausas, la farolas no dejaban de pestañear, el combustible de aceite y la ínfima llama, era batida por la suave brisa que le hacía temblar, quizá por la garúa, esa llovizna incesante, que bajaba de las montañas, o subía desde el malecón... la verdad, es difícil de explicar porque no sabemos de dónde viene, quizás sea de esos secretos que esconde el puerto, y no nos quiere rebelar.
 Los silbatos de la faena en la factoría de harina de  pescado, grita en el silencio de la noche, un cambio de turno nos avisa que ya son las nueve, y que hay cambio de turno en la faena. El olor, entonces , empieza a subir por los cerros como encaramándose por las escaleras y a lo lejos se ven muchos barcos que algún lugar irán.
 Gustab, solía caer en estos estados después de escribir por muchos días sin dejar descansar su cabeza, una profunda melancolía se suele apoderar de él... hoy esta más triste que de costumbre, y ni la fragancia de los azahares, lo puede evitar. Lleva días sin dormir, un discurso tenue escapa de sus labios mientras a lo lejos, se escucha un tango de arrabal... "Por una cabeza de un noble potrillo,que justo en la raya afloja al llegar y que al regresar parece decir: ...No olvides, hermano, vos sabés, no hay que jugar... Por una cabeza...."... en fin, la música escapa del Arroyadero,... un viejo prostíbulo del lugar. El escritor parece no escucharlo, pero va murmurando entre los dientes la frase que le sigue... Baja la cabeza y se levanta, para emprender su caminata , a donde sabe quién.
Su figura solía perderse después de un gran relato, parecía desaparecer entre las gastadas escaleras sin barandal... caminaba solitario y mascullando palabras que eran difíciles de entender. Y cuándo esto pasaba, la noche parecía más oscura, el aire más pesado, y los lisonjeros tangos, aún más tristes. Las bocinas de los barcos parecían escucharse más lejos, era como si las ideas que rondaban en su cabeza fueran martirizando sus pasos, dejaba de reír el viejo de los sombrero, la tabernera del Malecón, el viejo trompetista y la prostituta que vendía sus atributos en el portal de
fierro del banco Nacional. Su figura seductora , se perdía entre las estrechas escaleras, que te podían llevar a los cerros , o al mar. El puerto perdía el rumbo, las lloronas de los entierros parecía llorar aún más, y los borrachos aparecían orinando las viejas murallas, que de elegante portal, se transformaban en baños al pasar.
Una botellas en la mano, el cristalino vaivén del brebaje, colgaban de su mano, en la otra , una pipa que nadie sabía nunca si estaba encendida o apagada, en fin... El extraño que aparecía mustio en el paisaje, no dejaba de murmurar. Su cabeza seguía escribiendo historias, y tras cada peldaño, parecía volver a empezar.
-Hola amor.....- sus oídos parecían sellados.- Gustab... Gustab... la noche esta fría,¿ me quieres acompañar?.- la propuesta de alguna chica de la noche que sabía, que con él, no lo pasaría mal, pero estaba sordo entre sus relatos. Él la miraba levantando la vista, volviéndola a bajar tras unos pasos más.
El fresco de la noche lo llevó a las puertas de un bar, el el escenario , un trompetista negro, soplaba ahogado el instrumento , arrancando tris tes notas de Jazz. Sostenía un pañuelo entre los dedos, como Louis Armstrong... trás una larga y sostenida nota, se secaba el rostro guturando alguna canción....
Tres tequila y un agua ardiente, acompañaban al escritor. Gustab sostenía la mirada perdida en una mujer al otro lado de la barra. Caían sus parpados detrás de cada nota, mientras la chica le guiñaba los ojos, alentando su insistente mirada. Las planchas del bar, no dejaban de chistar al caer un trozo de carne cruda y el humo de las churrasqueras, de teñir el aire de las tenues luces del bar. El olor a fritura se colaba por las narices haciendo insoportable , siquiera el intento de seducir.
Luego de varias copas, de un largo coqueteo, salieron juntos del bar. Salieron dando tumbos y sujetándose de cuanta cosa les sostuviera el cuerpo, reían alborotados por quizá que tema o conversación... Se les notaba cómplices y como si fueran viejos conocidos.
En cada esquina, se apoyaban de las muros y bajo la complicidad de la oscuridad, las manos de estos esporádicos amantes, se perdían entre las telas de sus vestidos. El deseo parecía conocerlos como las palmas de sus manos.
A ella le llamaban Katty, y venía de Lota, donde los hombres tiñen su rostro negro carbón. Para Gustab, era simplemente Ayanay, la dulce flor que le arrebataba el sentido y por la cual , solía perder la razón. La que alguna vez de adolescente, se convirtió en su amante e inspiro las letras de su libro, "Dos escorpiones en la noche."
Ayanay era una adolescente rebelde y a veces depresiva, que sufría por la ida temprana de un novio, y terminó en las redes de Gustab.
En cada rincón se escuchaban sus gemidos, y se les veía recorriendo sus cuerpos sin pudor, las caricias provocaban las angostas callejuelas del puerto, y las cortinas se abrían sigilosamente para escucharlos... los visillos se movían tras las ventanas, acusando con descaro a los fisgones que les conocían y el placer que les causaba espiarlos. Ambos lo sabían, eran conocidos por sus provocadores encuentros y sus letras enredadas entre eróticos relatos que se escribían entre ellos. Conocían cada uno de los pecados capitales, hasta se decía, que habían salido de sus letras escritas a fuego con sus plumas apasionadas, dónde los tinteros rodaban por el suelo , mientras sus cuerpos se revolcaban entre las sábanas volcando todo a su alrededor.
Ellos eran los únicos que se entendían y podían sacarse las angustias y depresiones con sus dedos, provocando lujuriosamente la piel del otro. Los habían creado del mismo barro, y moldeados con sus propios fluidos... Conocían cada rincón del otro, dónde nacía y se desataba el deseo, donde había que tocar para empujar sus orgasmos y las caricias que les harían tocar el cielo.
Tirados en el mojado césped de la plaza del cerro Concepción, a los pies de la iglesia anglicana de Saint Paul, sus cuerpos se desnudaban sin vergüenza ni pudor.  Las manos de Ayanay, agarraban el miembro de Gustab, que agonizaba entre sus labios. la boca de Gustab, devoraba el sexo de la chica, mientras unos de sus dedos se perdía entre las nalgas de Katty acariciando la exquisita piel, ella  jadeaba desesperada a cada embestida de su lengua, sus labios se dilataban de la humedad que nacía dentro. Ya nadie los podía detener, el puerto se dormía y sólo las alcahuetas, les miraban tras los visillos. Quizás algún despistado marinero o algún borracho porteño, pasaba disimulando no verlos, perdidos en el singular paisaje del lugar. 
La noche apagó los cerros, las sirenas de los barcos se escuchaban en el silencio de la noche, y justo a las tres, se cerraban las faenas, para una apurada colación. Los amantes arrancaban los últimos gemidos, y el puerto volvía a quedar en silencio, mientras los mancebos se despedían en la complicidad de la oscuridad tras un orgasmo y un beso con la promesa de volverse a encontrar.   
                
Gustab, el reencuentro 

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Desde la oscuridad...

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